Mientras estudiaban Ciencias Agrarias, ambos se preguntaron cómo podían conseguir que más gente se implicara en la producción de alimentos ecológicos en la ciudad. Y encontraron una respuesta: Alquilaron un terreno al ayuntamiento y pusieron en marcha su idea de un proyecto de barrio. En Stadtfrüchtchen hay ahora 14 bancales elevados que utilizan los miembros de la asociación. Un apicultor también ha encontrado un hogar con sus abejas. La gente se ayuda, comparte plantas, semillas y conocimientos.
Cuando le entra un antojo de verduras, Imke no tiene que pensárselo dos veces: "En lugar de comprar pimientos en plástico, sólo pienso en lo que me queda en el huerto, me acerco y cosecho lo que hay de todos modos". "Automáticamente comes de temporada y estás más dispuesta a experimentar en tu propia dieta", dice Miriam con alegría.
Al producir verduras localmente, Stadtfrüchtchen evita largas rutas de transporte y, por tanto, emisiones de CO2. Además de estos efectos climáticos positivos, su huerto es mucho más: un oasis de calma, un paraíso de insectos, un lugar de aprendizaje y un punto de encuentro comunicativo para todas las partes interesadas.